El grueso de los expertos de opinión predice que la estrategia de una escalada en Irak de la administración Bush fracasará. El vacío creado por la falta de un plan de respaldo de la administración en favor de ese resultado ha sido llenado con las propuestas formuladas por entendidos, académicos, y analistas de “laboratorios de ideas”, quienes recomiendan la contención de la guerra civil de Irak.

La mayor parte de estos analistas sugiere quitar a los efectivos estadounidenses del camino del peligro, retirarlos de los principales centros poblacionales iraquíes y trasladarlos a áreas más seguras alejadas de la furiosa guerra civil—por ejemplo, a las fronteras iraquíes, a regiones más remotas de Irak, o a los países vecinos—mientras se utilizan a esas fuerzas para tratar de evitar que el conflicto civil se convierta en una guerra regional. En general, esto es lo opuesto a la estrategia que actualmente está siendo seguida por la administración. La administración está retirando a las tropas estadounidenses de las grandes bases existentes en las afueras de las ciudades iraquíes, y acuartelándolas dentro de esas ciudades, de modo tal que puedan encontrarse más próximas al pueblo iraquí y a los “chicos malos”. Por lo tanto, si el Plan A de la administración no funciona, los expertos están defendiendo hacer lo opuesto. Dichas estrategias de contención, sin embargo, son casi tan defectuosas como la dirección actual de la administración.

Pero al menos las estrategias de contención reconocen la realidad que la administración Bush sigue evadiendo: La Guerra de Irak se ha perdido hace ya rato, y llegó el momento de hablar acerca de cómo lidiar con sus desagradables ramificaciones. La administración no es conocida por cambiar de curso con agilidad. Por ejemplo, a pesar de que la administración podría responder rápidamente a los grupos de presión, y despedir al Secretario del Ejército y comandante general en el hospital militar Walter Reed por las vergonzosas condiciones impuestas al personal militar herido, le tomó al Presidente casi cuatro años desde el inicio de la Guerra de Irak despedir a Donald Rumsfeld, un Secretario de Defensa cuyas propias políticas eran fallidas, generando más efectivos muertos y heridos. La actual estrategia de escalada del Presidente Bush es en gran medida como colocar su dedo en una represa, viendo como la misma comienza a agrietarse, y poniendo en peligro a sus amigos al pedirles que ellos también, introduzcan sus dedos en los distintos agujeros que se van deteriorando. El Presidente está así poniendo en peligro a más efectivos de los EE.UU. en el venidero tsunami de la guerra civil.

No obstante la planificación de la contención de algunos de la elite de la política exterior de los Estados Unidos exagera la amenaza que una guerra civil así—o incluso una guerra regional—podría plantear para la seguridad de los EE.UU.. Muchos parecerían estar de acuerdo con la exagerada afirmación del líder de la mayoría en el Senado Harry Reid—formulada para aprovechar políticamente la oportunidad—de que la Guerra de Irak es la mayor equivocación en materia de política exterior de la historia estadounidense. (¿Se olvidó Reid de que los Estados Unidos iniciaron la poco clara Guerra de 1812, tan solo para ver una invasión extranjera y la quema de su capital? ¿O que los EE.UU. rompieron el equilibrio en la Primera Guerra Mundial y ayudaron a causar la Segunda Guerra Mundial, la Revolución Rusa, y la Guerra Fría?) Las mismas protestas por el desastre en ciernes se escuchaban durante la Guerra Fría cuando los Estados Unidos se retiraron de Vietnam, pero jamás fueron confirmadas. La exagerada predicción de un desastre por parte de Reid, sin embargo, socava su objetivo declarado de convencer a la administración Bush de comenzar a retirar a los efectivos estadounidenses de Irak.

Al defender porqué el resultado en Irak es tan importante, la elite de la política exterior por lo general se refiere a los “intereses vitales de los Estados Unidos” en la región del Golfo Pérsico. Estas palabras en clave son un eufemismo para “petróleo”. Los políticos y el “establishment” de la política exterior rara vez discuten este tópico directamente, en virtud de que la utilización del poder militar estadounidense para asegurar los suministros de petróleo podría ser comparada desfavorablemente con un comportamiento similar al de los japoneses imperiales, que condujo a la Segunda Guerra Mundial. En cualquier caso, el mercado del petróleo suministrará petróleo—al cual los exportadores necesitan vender tanto como los importadores precisan comprar—sin despliegues militares ni intervención por parte de gobierno alguno en el Golfo Pérsico. Y sí parte de la producción petrolera es obstaculizada por una guerra civil iraquí o un conflicto regional más amplio, y el precio se eleva de manera significativa, las economías modernas han demostrado que pueden aclimatarse a precios de la energía elevados y aún crecer. Los Estados Unidos lo hicieron recientemente.

Algunos afirman que un Irak abrumado por una guerra civil creará un refugio para al Qaeda. Ya lo ha hecho; pero en un conflicto interno que empeora, al Qaeda estará tan ocupada ayudando a sus hermanos sunnitas a combatir a la mayoría chiíta allí, que el grupo tendrá menos tiempo, energía, y recursos con los que atacar a los objetivos estadounidenses alrededor del mundo. Además, si los Estados Unidos retiran sus fuerzas del país musulmán de Irak, al Qaeda será menos proclive a atacar a los blancos estadounidenses. Después de que los Estados Unidos retiraron sus fuerzas militares del Líbano durante la administración Reagan, los ataques antinorteamericanos de la agrupación chiíta Hezbollah declinaron notablemente. Entonces, como ahora, la ocupación no musulmana de tierras musulmanas es el principal impulsor del terrorismo islámico vengativo.

Por último, el “establishment” de la política exterior estadounidense, siempre el padre sobreprotector de Israel, teme que una guerra regional pudiese afectar adversamente a la seguridad israelí. Pero este capricho es infundado en virtud de que las fuerzas armadas de Israel son muy capaces. Tienen buenos antecedentes en materia de combate contra sus enemigos, y se cree que poseen entre 200 y 400 armas nucleares.

Así, los Estados Unidos pueden y deberían retirar rápidamente a todas sus fuerzas de Irak y regresarlas a casa. Dejar grandes y vulnerables concentraciones de tropas en las áreas remotas de Irak, a lo largo de sus fronteras, o en países vecinos es una receta para que vuelvan a ser absorbidas por cualquier conflicto en la región. Demorar su retirada mientras la administración busca el modo de salvar el prestigio de los Estados Unidos solamente conducirá a la erosión más rápida de dicha situación—tal como ocurrió cuando Richard Nixon intentó el mismo enfoque al buscar la “paz con honor” en Vietnam.

La mejor apuesta es utilizar una inminente y completa retirada estadounidense de Irak para presionar a los grupos iraquíes a negociar una forma de gobierno descentralizada: ya sea una confederación libre en la cual las facciones gobiernen sus propias áreas de manera autónoma, o una partición total. A esta altura, sin embargo, las facciones iraquíes pueden estar demasiado fragmentadas como para alcanzar u honrar un acuerdo así, aún si el mismo fuese negociado. Todavía vale el intento. Pero ya sea que resulte exitosa o no, las fuerzas de los EE.UU. deberían ser retiradas antes de que golpee el maremoto de una guerra civil total.

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.