Puro gas

29 de March, 2006

Los Estados Unidos necesitan importar más gas natural. Los países andinos tienen mucho para venderle. Un grupo de políticos se ha inmiscuido en el asunto. ¿Cuál es el resultado? Una oportunidad perdida tanto para impulsar las economías de los países andinos y diversificar las fuentes de energía estadounidenses como para mejorar las relaciones hemisféricas y devolver algo de vigencia a América Latina.

Permítaseme disipar rápidamente la noción de que el desarrollo depende de los recursos naturales y de los “commodities”. No es así. Varios de los países “estrella” del mundo en realidad carecen de recursos naturales. Los “commodities” y los productos primarios no constituyen más del 4 por ciento de la economía mundial. En el caso de los recursos naturales de América Latina, ellos han sido a menudo un obstáculo para el progreso debido a que han proporcionado a los déspotas y demagogos una cómoda renta. En parte por culpa de ellos, mucha gente considera que la riqueza es algo que usted distribuye en lugar de crearla.

Lógicamente, sería absurdo que un país que cuenta con abundantes recursos y la posibilidad de explotarlos de manera rentable no los utilizase para su beneficio y desarrollo. Los líderes sudamericanos a los que les encanta hablar de sus “citas con la historia” en sus mágicos discursos llegan tarde a esa cita una vez más por tratar al gas no como a un instrumento para el desarrollo sino para el poder político.

Los Estados Unidos se están volviendo cada vez más dependientes del gas natural: una cuarta parte de su electricidad proviene actualmente del gas natural. En virtud de que el carbón y la energía nuclear han pasado a ser cuestionados por el ecologismo, los reglamentos han creado un incentivo para construir plantas de combustión a gas. A pesar de las abundantes reservas de gas de los EE.UU., una serie de obstáculos, incluidos los de tipo político, han impedido un pleno desarrollo de ese recurso. Los Estados Unidos importan cerca del 16 por ciento de su gas natural, en su mayor parte de Canadá y, en menor medida, de Trinidad & Tobago. Sin embargo, la expectativa es que la demanda estadounidense de gas importado se elevará dramáticamente y Canadá no estará en posición de satisfacerla; a menos que haya nuevos descubrimientos importantes pronto, a la tasa actual de producción las reservas de Canadá estarán agotadas en menos de una década.

Aquí es donde entran en escena los países andinos. Entre ellos, Venezuela y Bolivia poseen cerca de 250 billones de pies cúbicos de gas natural. Brasil y Argentina también cuentan con enormes reservas, pero ambos países importan gas como consecuencia de la combinación de una demanda en auge y, en el caso de Argentina, de los faltantes generados por los controles de precios.

Las condiciones internacionales son óptimas para el auge de las exportaciones de gas en Venezuela, Bolivia y, en menor medida, Perú. Y el tiempo de traslado desde los Andes hasta la costa este estadounidense es mucho más rápido que desde Rusia o el Medio Oriente, los grandes competidores. Pero Venezuela y Bolivia han decidido echarlo todo a perder. Venezuela, por supuesto, no es un candidato realista mientras Chávez esté en el poder (las importaciones estadounidenses de petróleo venezolano ya son un dolor de cabeza suficiente). Bolivia, por su parte, estaba encaminada a crear las condiciones internas correctas. Entre 1997 y 2004, casi $5 mil millones fueron invertidos por empresas extranjeras, mayormente europeas, en el gas natural de Bolivia. La idea era exportarlo a través de puertos chilenos a los Estados unidos y México. Si bien México posee grandes reservas de gas natural, el entrometimiento del estado obstaculiza a los inversionistas y la descapitalizada empresa estatal de ese país no puede asumir la tarea. Por su parte, el hombre que actualmente gobierna Bolivia, Evo Morales, condujo una exitosa campaña para bloquear a los inversores extranjeros cuando formaba parte de la oposición. Un presidente fue derrocado, el sucesor fue obligado por las protestas callejeras a elevar las regalías de forma dramática y a alterar los contratos existentes. Eso no fue suficiente para que salvara su pescuezo y también resultó destituido. Finalmente, los inversionistas dejaron de invertir.

El hecho de tener que exportar gas a través de grandes distancias es un problema. Los gasoductos de más de dos mil millas no resultan prácticos. El transporte implica la licuación del gas natural en el puerto de embarque y el volver gasificarlo en el puerto de arribo-todo lo cual requiere de grandes inversiones de capital. La ofensiva política, legal, y burocrática contra los inversores extranjeros en Venezuela y Bolivia ha garantizado que aquellas empresas que estaban en posición de suministrar el capital decidieran abstenerse de hacerlo. Qué gran contraste con Trinidad & Tobago, donde el capital extranjero fue bienvenido tan pronto como fueron descubiertas las reservas de gas natural ¡y una pujante industria petroquímica se ha materializado en años recientes! El gas andino, mientras tanto, no es nada más que gas.

El gobierno de Venezuela desea construir un gasoducto de 5.000 millas que se extienda hasta Argentina a través de la amazona brasileña y que costará 20 mil millones de dólares. Ningún inversor en su sano juicio pondrá un solo dólar en el proyecto; el dinero tendrá que provenir de los pobres venezolanos. Bolivia, por su parte, espera que la empresa petrolera estatal de Brasil, Petrobrás, se haga cargo de la inversión necesaria para explotar su gas natural. Pero la compañía fue también afectada negativamente por la crisis boliviana de los dos últimos años. Para mala suerte de Bolivia, que ha tenido que subir el precio del gas que exporta a Brasil, los brasileños han descubierto aparentemente nuevas reservas de energía y están planeando masivas inversiones internas en aras de reducir su dependencia de las fuentes extranjeras.

Rara vez las condiciones han sido mejores para que los países andinos puedan incrementar de manera exponencial sus exportaciones de un producto valioso al mercado estadounidense y volverse significativos por razones que no tengan que ver con los polvos blancos de la coca. Los andinos ni siquiera se han percatado de ellas.

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