La Administración de Seguridad en el Transporte (TSA es su sigla en inglés) ha modificado las reglas de su sistema de seguridad aeroportuaria justo a tiempo para crear un fastidio adicional para los millones de viajeros en estas ajetreadas festividades. Más viajeros estarán sujetos a palpadas. Los encargados de la revisión tantearán de manera rutinaria los muslos de las mujeres atractivas. Los oficiales de seguridad, ahora entrenados en materia de "reconocimiento del comportamiento," identificarán a viajeros que luzcan nerviosos (imagínese eso, alguien que desaprueba la seguridad aeroportuaria y parezca nervioso) y los harán a un lado para un fastidio extra.

Entre lo positivo, sin embargo, a los pasajeros se les permitirá ahora llevar abordo pequeñas tijeras y herramientas tales como destornilladores y llaves—a menos que el senador Charles E. Schumer y el representante Edward J. Markey puedan intervenir con éxito logrando la sanción de un proyecto de ley para prohibir este cambio de reglas. El Congreso, siempre sobre la pelota, planea celebrar una audiencia a nivel de comité sobre este tema vital tan pronto como sea posible.

Toda esta alharaca significa. . . exactamente nada, aunque difícilmente lo que se propone significar. Más importante aún, no tiene mucho que ver con la verdadera seguridad. Es básicamente para una exhibición, para demostrar que el gobierno está dedicado a protegernos de los terroristas. Gracias a Dios por la protección gubernamental. Porque, sin ella, alguien podría destruir a las Torres Gemelas o estrellar una gran aeronave cargada de combustible contra el Pentágono a plena luz del día. Oops, no importa. El gobierno constantemente mantiene el punto de vista expresado en las inmortales palabras del General "Buck" Turgidson en Dr. Strangelove, "Bien, ahh, no considero que sea muy justo condenar a todo un programa debido a un solo error."

A pesar de que yo mismo no poseo una natural mente criminal—en verdad, he llegado al borde de reunir los requisitos para una pensión a la vejez de la Seguridad Social sin cometer agresiones, asaltos, robos, hurtos, violaciones, asesinatos o faltas por manejar en estado de ebriedad denunciadas—puedo concebir toda una variedad de formas en las que unos pocos adultos determinados podrían fácilmente comandar o destruir una aeronave comercial o seriamente alterar la operación de la industria de la aeronavegación. Individuos tales como aquellos que llevaron a cabo los secuestros del 11/09, poseyendo tanto la determinación necesaria como una ingeniosa mente criminal, seguramente pueden elaborar planes aún mejores que el mío.

Si los aviones no han sido secuestrados y la aeronavegación no ha sido sustancialmente perturbada (a excepción de las medidas de seguridad gubernamentales) durante los pasados cuatro años, ello probablemente se deba a que en verdad nadie se esforzó mucho por alcanzar estos objetivos. Si alguien hubiese realizado un intento serio, casi con certeza hubiese tendido éxito. (Olvídense de ese imbécil, el bombardero del zapato; quien incluso fue frustrado solamente por las prontas reacciones de los pasajeros). Por su puesto, algo que un malhechor decidido no hubiera intentado es un plan que expusiera sus esfuerzos para que sean descubiertos o interrumpidos por parte del sistema de seguridad aeroportuaria. Los generales, se dice, siempre se preparan para la última guerra. Del mismo modo, la TSA se prepara para evitar el último secuestro. O finge hacerlo.

En vista de la farsa que es este sistema en verdad completamente degradante, desagradable, despreciable, y ultrajante, uno debe preguntarse para empezar por qué fue puesto en práctica y por qué permanece en su lugar años más tarde en más o menos su forma inicial. Quizás, podamos hallar una pista en la reciente declaración del vocero del Aeropuerto Internacional de Baltimore/Washington, Jonathan Dean: "El público viajero está acostumbrado a los protocolos y procedimientos de la seguridad." De esta forma, no se preocupe respecto de las recientes enmiendas al sistema: "Los verdaderos nuevos cambios no son dramáticos."

Lo que equivale a decir que el sistema permanece en gran medida como era antes: una farsa degradante, desagradable, despreciable y ultrajante. Es también una evidente violación de la Cuarta Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, a pesar de que los jueces que actúan como perros falderos del gobierno afirman lo contrario. Se que no soy la única persona en los Estados Unidos que observa a esta bravuconada como lo hago. ¿Entonces qué está pasando?

Dos años atrás, en una avaluación de las nuevas disposiciones de la seguridad aeroportuaria, destaqué que la misma "rutinariamente rebaja y humilla a toda la población, volviéndonos dóciles y complacientes y de esa manera preparándonos para desempeñar nuestro papel asignado en el Estado Policiaco que la administración Bush ha estado construyendo implacablemente." A la luz de lo que he observado desde que realicé esa observación, no puedo evitar considerar actualmente que por entonces estaba en lo cierto.

Extraño como pudiera parecer, la mayoría de los individuos se acostumbran a ser tratados como criminales o internos en un campo de concentración. Los estadounidenses no son ninguna excepción. Siga azotándolos, y eventualmente usted producirá una manada totalmente cobarde y complaciente, una flexible masa de materia prima en las manos de sus amos políticos perfectamente deseosos de sacrificar su dignidad antes que irritar a un matón de la seguridad del aeropuerto quien nos puede hacer perder un vuelo. Y el cielo prohíbe que les escriban a sus representantes parlamentarios para quejarse. Tal imprudencia podría colocarlos en alguna lista negra de la TSA o incluso del FBI. Lo mejor es quedarse quieto, permanecer en la fila, actuar tal como ellos ordenaron actuar. Aún el hecho de hacer chistes, advertía un letrero que vi en Houston, podría llevar a su arresto; así que nadie bromea.

Nuestros gobernantes pueden no ser alquimistas, capaces de convertir al metal base en oro, pero saben cómo convertir a los seres humanos en ovejas. ¿Bien, podríamos preguntar acerca de este notable truco; cui bono?

Traducido por Gabriel Gasave


Robert Higgs es Asociado Senior Retirado en economía política, editor fundador y ex editor general de The Independent Review