La constitución iraquí: ¿A esto llaman una victoria?

26 de October, 2005

La incompetencia de la política estadounidense en Irak quedó demostrada por el referendo de este fin de semana sobre la Constitución iraquí. La Constitución, redactada por los shiitas y los kurdos, ha pasado por alto a las objeciones de muchos sunnitas. Sin embargo la misma simboliza uno de los errores más grandes del gobierno de los Estados Unidos en Irak: el de confundir a la democracia con la libertad.

Curiosamente, los Estados Unidos se han olvidado de la sabiduría de sus propios fundadores, quienes estaban más preocupados respecto de la libertad que de la democracia. En verdad, muchos de ellos consideraban a la democracia como el “gobierno de las pandillas.” Se percataban de que una mayoría, a través de una elección, podía obtener el control de los poderes del gobierno e imponer la tiranía sobre una minoría. Sabiamente limitaron la jurisdicción del gobierno, crearon ramas compitiendo entre sí para volver difuso al poder gubernamental, y una declaración de derechos de modo tal que el gobierno no pudiese usurpar las libertades de la minoría. Desgraciadamente, durante el curso de la historia de los Estados Unidos, el público estadounidense, los medios, y las clases políticas se han enamorado de la democracia a expensas de la libertad.

Lamentablemente, podría ser necesario un fracaso de la política en Irak para refrescar la memoria estadounidense respecto de la sabiduría de los fundadores. El gobierno de los EE.UU. ha instituido, mediante la fuerza, un proceso democrático en Irak. No obstante, este esfuerzo no resuelve el problema principal: convencer a una minoría desafecta y bien armada de que abandone la lucha contra el gobierno iraquí y la ocupación estadounidense que lo apuntala. De hecho, el proceso democrático—en este caso, el referendo constitucional—le ha demostrado de manera concluyente a los sunnitas que incluso si votan, se encuentran a merced de la alianza de los kurdos y los shiitas. Así, el referendo probablemente impulsará la rebelión, en lugar de debilitarla.

La situación en Irak se ha deteriorado tanto que una guerra civil es en la actualidad el resultado más probable. Irónicamente, un rechazo de la Constitución posiblemente hubiese disminuido tal extremo baño de sangre. En agudo contraste con la estrategia del presidente de un “feliz dialogo hacia la victoria”, una derrota constitucional podría haber compelido al inicio de una genuina autodeterminación iraquí. Un conclave de representantes de todas las distintas tribus de Irak y una reunión de los grupos étnicos y religiosos sobre la base de su propio cronograma hubiese permitido la construcción de un verdadero consenso. En dicho gran concejo, los iraquíes hubiesen tenido una variedad de posibles estructuras de gobierno entre las cuales escoger, no tan solo una impuesta federación al estilo estadounidense. Más que probable, hubiesen elegido eventualmente algún tipo de confederación más indefinida o incluso una partición.

A pesar de que los sunnitas actualmente se oponen a dichas estructuras descentralizadas, su oposición se centra más en la potencial pérdida de los ingresos petroleros en manos de los kurdos y los shiitas y menos en recuperar el control de la totalidad del país. Este problema podría haberse solucionado mediante un acuerdo negociado para compartir los ingresos petroleros entre las regiones descentralizadas o mediante un rediseño del mapa a fin de otorgarle a los sunnitas algunos de los campos petroleros. Existe el mito de que para asegurar la estabilidad, los gobiernos regionales descentralizados hubiesen necesitado administrar parcelas de tierra contiguas. Finalmente, el conocimiento de que las fuerzas estadounidenses, que protegen los intereses kurdos y shiitas, se hubiesen estado retirando rápidamente le hubiera dado a esos grupos un incentivo para alcanzar prontamente un acuerdo sobre la coparticipación de los campos petroleros o de los ingresos con los sunnitas.

Pero desgraciadamente, la Constitución ha sido aprobada, la insurgencia continuará y probablemente se intensificará, y los Estados Unidos parecen proclives a continuar adoptando políticas que empeorarán la situación en Irak. Por ejemplo, una fuente parlamentaria me informa que Henry Hyde y Tom Lantos, el presidente y el miembro minoritario del Comité de Asuntos Internacionales de la Cámara de Representantes, intentarán subrepticiamente imponer sanciones económicas adicionales contra Siria—ostensiblemente para evitar la proliferación de armas de destrucción masiva, pero en verdad para ajustar las clavijas por no evitar que los insurgentes iraquíes y las provisiones crucen la porosa frontera sirio-iraquí.

Dado que Siria le ha suministrado alguna ayuda a los Estados Unidos en la guerra contra el terrorismo, quizás el gobierno estadounidense debería emplear zanahorias en vez de garrotazos. En lugar de imponer nuevas sanciones, los Estados Unidos podrían ofrecer remover las sanciones existentes sí los sirios controlan la frontera. Y sí, por algún milagro, un eventual acuerdo político que sofoque a la violencia fuese alguna vez alcanzado en Irak, una mejor relación con Siria le ofrecería al gobierno de Assad un incentivo para no socavarlo. Pero si el gobierno estadounidense sigue adelante con su belicosa—y contraproducente—política hacia Siria, la misma podría colocar a los Estados Unidos en la senda hacia una guerra con esa nación.

Desafortunadamente, las iluminadas políticas de los fundadores que atesoraban la libertad y que presumían relaciones amistosas con todas las naciones hace mucho ya que han desaparecido. En su lugar, los Estados Unidos se encuentran en la actualidad trágicamente enfrentados con una espiral descendente hacia una guerra civil iraquí.

Traducido por Gabriel Gasave

  • es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.

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