En un reciente discurso antes de su habitual audiencia amistosa, el beligerante Vicepresidente Dick Cheney opinó que el fracaso de los Estados Unidos en vengar resueltamente a los ataques terroristas anti-estadounidenses acontecidos durante las décadas del 80 y del 90 fue lo que condujo a los ataques del 11 de septiembre de 2001. Hablando ante los infantes de marina en Camp Lejeune, Carolina del Norte, Cheney concluyó, “Los terroristas llegaron a creer que podían atacar a los Estados Unidos sin pagar algún precio. Y de esa manera continuaron realizando esos ataques, volviendo menos seguro al mundo y eventualmente atacando a los Estados Unidos el 11/09.” Hay algo positivo en las observaciones del Vicepresidente, pero no mucho.

Cheney fue ostensiblemente equitativo al criticar tanto a las administraciones demócratas como a las republicanas por sus débiles respuestas frente terrorismo anti-estadounidense, pero solamente uno de los siete ataques en la lista de Cheney—el ataque con bombas del año 1983 contra las barracas de los infantes de marina en la ciudad de Beirut, el cual mató a 241 efectivos—tuvo lugar durante una administración republicana. Los otros seis incidentes ocurrieron durante la administración Clinton, haciendo que el verdadero propósito subyacente de los comentarios de Cheney fuese otro ataque partidista contra el ya largamente desaparecido predecesor de la administración.

Pero las inferencias del discurso de Cheney van más allá de arrogarle carne cruda al auditorio pro-republicano del personal militar. Los conservadores han destacado hace mucho que Osama bin Laden percibió la timidez estadounidense en el retiro de Somalia de la administración Clinton después de que los milicianos somalíes, entrenados por al-Qaeda, mataron a soldados estadounidenses. Pero según bin Laden, él en verdad vio el primer signo de debilidad estadounidense en el retiro por parte del Presidente Reagan de las tropas del Líbano después de que el grupo shiita Hezbollah asesinara a los infantes de marina de los EE.UU.. El listado de episodios de Cheney al menos aporta algo al mencionar a este inconveniente incidente con el objeto de lucir bipartidista.

Sin embargo, sus observaciones continúan con la política exterior de la administración Bush al estilo Tarzan de “nosotros buenos, ustedes malos.” La administración habla generalmente de “terroristas” y de su “guerra contra el terror,” no distinguiendo entre los distintos grupos terroristas alrededor del mundo, sus diferentes características, y sí los mismos atacan o no a los Estados Unidos. En verdad, la mayor parte de los grupos terroristas en el mundo tienen objetivos y enemigos locales o regionales y no concentran sus ataques sobre blancos estadounidenses. Más importante aún, Cheney y la administración nunca se ocupan de por qué los terroristas anti-estadounidenses están atacando a los Estados Unidos en primer lugar. Los expertos en terrorismo sostienen siempre que allí donde el terrorismo existe, hay un motivo de queja subyacente.

La queja de los terroristas anti-estadounidenses es normalmente la política exterior de los Estados Unidos—especialmente el entrometimiento estadounidense en los asuntos de otras naciones, usualmente con la amenaza o el empleo real de la fuerza militar. Cada uno de los siete ataques que aparecen en la lista de Cheney estuvo motivado por la venganza frente el intervensionismo de los EE.UU. Al Qaeda perpetró cinco de esos siete ataques. A pesar de que tanto la jingoísta administración Bush como el intervensionista establishment de la política exterior estadounidense tienen un incentivo para ocultar los motivos de al Qaeda para atacar a los Estados Unidos, los escritos y las entrevistas en los medios de bin Laden indican que sus quejas primarias son contra la presencia militar de los Estados Unidos en el Golfo Pérsico y el respaldo estadounidense a los corruptos gobernantes árabes y a Israel. Ramzi Yousef, un co-viajero con bin Laden en los círculos islamistas radicales, realizó el primer intento de destruir el World Trade Center en el año 1993 en virtud de las políticas estadounidenses en el Medio Oriente, específicamente el apoyo de los EE.UU. a Israel. El grupo Hezbollah atacó con bombas las barracas de la Infantería de Marina y otros blancos en el Líbano y secuestró y mató al personal estadounidense porque los Estados Unidos estaban esencialmente peleando del lado del gobierno de la minoría cristiana contra las milicias musulmanas en la guerra civil libanesa.

Muchos otros ataques terroristas que fallaron en incorporarse a la lista de Cheney pueden ser también atribuidos a la venganza por las intervenciones estadounidenses en el exterior. Convenientemente, Cheney olvidó mencionar otros ataques que acontecieron durante las administraciones republicanas y especialmente durante su mandato como Secretario de defensa bajo la primera administración Bush. Por ejemplo, el ataque con bombas en 1988 perpetrado por agentes de inteligencia libios contra el vuelo 103 de Pan American sobre Lockerbie, Escocia, fue la culminación de los ataques de ojo por ojo entre Libia y los Estados Unidos, los cuales fueron en verdad iniciados por el Presidente Reagan en 1981. En la primera administración Bush, los ataques terroristas contra los EE.UU. se incrementaron durante la Guerra del Golfo Pérsico, llegando a los 120 durante ese periodo en 1991 comparados con solamente 17 durante un similar periodo de años anterior.

La conclusión que debería haber alcanzado Cheney—improbable en una administración reflexivamente beligerante—era la de que cualquier venganza militar de corto plazo por los ataques terroristas deberían ser discretos y quirúrgicos. Vapuleando con acciones militares masivas y bien publicitadas (particularmente contra países que no tenían nada que ver con los ataques del 11/09) tales como la invasión de Irak, simplemente generarán más terrorismo. Incluso el Departamento de Estado de los EE.UU. admite que el número de ataques terroristas importantes a escala mundial se ha elevado recientemente. Mejor aún, los Estados Unidos podrían utilizar los recursos en materia de inteligencia y de aplicación de la ley para aprehender y procesar de manera sigilosa a los sospechosos de terrorismo sin azuzar aún más el odio anti-estadounidense.

En un plazo más largo, para reducir los ataques anti-estadounidenses, los Estados Unidos deben remover el motivo de queja subyacente—el intervensionismo de los EE.UU.—que los provoca. Si existen dudas acerca de si este enfoque funcionará, considérese la formidable disminución de los ataques contra los EE.UU. de parte del grupo libanés Hezbollah tras el retiro de los Estados Unidos de sus fuerzas del Líbano y la significativa reducción de los ataques libios contra objetivos estadounidenses después de que finalizara la administración Reagan y de que sus provocaciones a Libia cesaran.

Sí el Vicepresidente Cheney desea detener el terrorismo, una escalada interminable de venganzas de ojo por ojo no logrará hacerlo. Con la Guerra Fría concluida, los Estados Unidos ya no precisan de una política exterior intervencionista. La adopción de una política de restricción militar en ultramar traería muchas ventajas, una de las cuales sería la de un menor terrorismo anti-estadounidense tanto en el país como en el exterior.

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.