De acuerdo con fuentes sauditas, el gobierno de Arabia Saudita se está inquietando con el despliegue militar de los EE.UU. en su territorio y podría pedirles pronto a los Estados Unidos que se retiren. Si el gobierno saudita hace esto, los Estados Unidos deberían ver al pedido como una bendición y de manera diligente, pero tranquila, cumplir con el mismo. Según funcionarios gubernamentales sauditas, la presencia militar estadounidense es muy impopular entre la población del país y en otras naciones árabes. Esa presencia también enardece a los terroristas fundamentalistas islámicos, tales como Osama bin Laden.

Los estadounidenses deben preguntarse porqué el odio de los islamistas radicales hacia los Estados Unidos es tan grande, que los mismos gastarían dinero y recursos para matar a civiles inocentes en una tierra lejana. Formularse esta pregunta es sensible cuando 3.000 estadounidenses inocentes yacen muertos en nuestro propio suelo. Pero, para ponerlo en palabras sencillas, si los Estados Unidos desean disminuir las oportunidades de ataques futuros, algunos de los cuales podrían hacer que los del 11 de septiembre luzcan suaves, necesitan explorar dichas motivaciones.

El establishment de la política exterior estadounidense–el cual mira el mundo como a un tablero de ajedrez geoestratégico –sostiene que los Estados Unidos son el blanco en casi el 50 por ciento de los ataques terroristas del mundo debido a "quiénes somos"–es decir, a nuestro sistema político y económico libre y a nuestra cultura única. Pero el resto del mundo puede evaluar más objetivamente porqué somos desproporcionadamente atacados. Según una encuesta reciente de las élites políticas, empresariales y de los medios de comunicación en cinco continentes, los Estados Unidos son admirados como la tierra de la oportunidad y de los ideales democráticos. Pero una mayoría de las élites fuera de los Estados Unidos afirma que las políticas y las acciones estadounidenses en el mundo fueron las responsables de los ataques del 11 de septiembre. En contraste, solamente un número pequeño de las élites de los EE.UU. pensaba lo mismo. En cuanto a la cultura estadounidense, Osama bin Laden nunca ha marchado en contra de la pornografía, las películas de Hollywood, o de la cultura de la droga, según Peter Bergen, un corresponsal de la CNN que lo entrevistó.

Si deseamos entender por qué los islamistas se salen de su senda para atacar a los Estados Unidos, deberíamos tan sólo leer lo que escriben. Bin Laden, un saudita, está irritado principalmente por la presencia militar de los EE.UU. en Arabia Saudita, la cual él cree profana los sitios santos del Islam dentro de sus fronteras, y por el apoyo estadounidense para lo que él cree es el corrupto y traidor gobierno árabe saudita. (Su destacada oposición al apoyo estadounidense a Israel y a las sanciones económicas contra Irak lideradas por los EE.UU., han sido pensamientos posteriores.)

¿Necesitamos realmente una presencia militar en Arabia Saudita y una relación tan afable con un gobierno saudita, medieval y opresivo? La comunidad de la seguridad nacional de los EE.UU., los medios y gran parte del público están enamorados con los mitos de que el petróleo barato es de alguna manera vital para la economía estadounidense y que las fuerzas armadas de los EE.UU. precisan defender su flujo desde el Golfo Pérsico.

Desafortunadamente, nadie les pregunta a los economistas qué piensan acerca de esas cuestiones. Antes de la Guerra del Golfo, un análisis económico de David R. Henderson, economista en temas energéticos y que integrara el Consejo de Asesores Económicos del Presidente Reagan, demostró que si Irak hubiese invadido Arabia Saudita y a los Emiratos Árabes Unidos, como hizo con Kuwait, los aumentos en el precio del petróleo que Saddam podría haber obtenido habrían reducido el Producto Nacional Bruto estadounidense en solamente medio punto porcentual. En ese entonces, dos laureados con el Premio Nóbel de economía–el liberal (en el sentido estadounidense del término) James Tobin y el defensor del libre mercado Milton Friedman–concordaron con ese análisis y destacaron que los nocivos efectos económicos de las probables subidas de precios producidas por Saddam, no eran lo suficientemente severas como para justificar una guerra.

Más recientemente, Don Losman, un economista en la National Defense University, demuestra que el incremento de los precios del petróleo solamente no destruirá a una economía moderna: Desde fines de 1998 a finales de 2000, Alemania experimentó un aumento del 211 por ciento en los precios del petróleo, pero el desarrollo económico–con una inflación y un desempleo descendentes–continuó. Losman observa también que el 80 por ciento de las importaciones estadounidenses de semiconductores provienen de Asia del Este, una región que también es inestable y posee regímenes hostiles a los Estados Unidos. En contraste, solamente cerca del 20 por ciento de las importaciones estadounidenses de petróleo provienen del Golfo Pérsico. Nadie habla jamás de defender a los semiconductores, pero si lo hacen sobre asegurar el petróleo.

Incluso si el petróleo es un producto estratégico y debemos defenderlo, ¿contribuyen significativamente las modestas fuerzas estacionadas en Arabia Saudita a tales efectos? La mayor amenaza para el flujo del petróleo sería una sublevación en Arabia Saudita que provocase un intento de los islamistas radicales de drenar la sangre vital del régimen saudita, destruyendo a los yacimientos petrolíferos. Las fuerzas estadounidenses asentadas en Arabia Saudita solamente contribuyen al resentimiento islamista, el cual podría tornar más probable a este panorama. Además, en 1990, los Estados Unidos defendieron a los yacimientos de petróleo sauditas contra los aún más capaces militares iraquíes sin tener una presencia militar previa allí, así que ¿por qué es esa presencia necesaria en la actualidad? Y si los sauditas ya no perciben una amenaza por parte de los militares iraquíes diezmados por la Guerra del Golfo, ¿entonces por qué deberían percibirla los Estados Unidos–una nación a medio mundo de distancia?

¿Debe culparse a los Estados Unidos por el ataque del 11 de septiembre? No, el grupo Al Qaeda mató a civiles inocentes y debería ser exterminado. ¿Pero deberían los Estados Unidos pintarse un blanco en su frente para futuros ataques de islamistas radicales? ¿Debería usted adquirir un costoso automóvil y declarar arrogantemente que lo estacionará en un área con altas tasas de criminalidad durante la noche? Los individuos que entonces roban su auto han violado ilegalmente sus derechos de propiedad y deberían ser castigados severamente. ¿Pero no sería más inteligente estacionar el auto en un garaje seguro en el país? De modo similar, si el gobierno saudita desea a las fuerzas estadounidenses fuera de su territorio, los Estados Unidos deberían tomar ventaja de ese deseo y utilizarlo como una excusa para retirarlas tranquilamente. Eso no es apaciguar a los islamistas radicales, es una forma de sentido común para remover una bengala que puede atraer al terrorismo futuro.

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.