La Armada de EE. UU. frente a Maduro

Lecciones de intervenciones costosas
1 de diciembre, 2025

El presidente Trump ha reunido una fuerza naval frente a las costas de Venezuela que no parece una operación antinarcóticos. Recientemente envió el portaaviones más poderoso de Estados Unidos, acompañado por tres destructores, que se unieron a una docena de buques de guerra, 14 000 efectivos, un buque de operaciones especiales, un submarino de propulsión nuclear y aviones de combate F-35. Bajo la dirección del Comando Sur de EE.UU., esta fuerza naval ha atacado más de veinte embarcaciones que, según Washington, transportaban drogas, matando a más de ochenta personas.

La flotilla militar frente a las costas de Venezuela es mucho más robusta que la que se reunió cuando Estados Unidos atacó Libia en 2011 y derrocó a Muammar Gaddafi (Operación Odyssey Dawn). El hecho de que Trump esté ahora ofreciendo negociaciones con el dictador Nicolás Maduro significa que, pese a las apariencias, le gustaría evitar una guerra abierta y preferiría que Maduro abandone el país bajo algún tipo de acuerdo. Maduro, sin embargo, no ha dado señales de querer marcharse. Por el momento no existen grietas dentro del estamento militar ni siquiera entre las filas civiles del régimen chavista que sirvan de incentivo para que negocie su salida. Si Trump decidiera atacar, a menos que los primeros golpes de un ataque naval y aéreo contra Venezuela hagan cambiar de opinión a Maduro, podríamos enfrentarnos a una confrontación que podría tener consecuencias inesperadas.

Esta es una noticia muy inquietante. El mundo ha estado esperando durante mucho tiempo que miembros clave de las fuerzas armadas rompieran filas con Maduro, reconocieran que la oposición ganó las elecciones del año pasado, forzaran la salida de las principales figuras del régimen e iniciaran un proceso de transición supervisado por garantes internacionales. Sin embargo, este resultado parece ahora poco probable. Esto sugiere dos cosas: en primer lugar, que el aparato de contrainteligencia establecido por los cubanos en Venezuela es muy eficaz y, en segundo lugar, que el costo de destituir a Maduro será muy elevado.

No me refiero solo al costo en vidas humanas y en destrucción material en caso de un bombardeo sostenido de Estados Unidos sobre Venezuela (no anticipo tropas sobre el terreno, a lo que se opone la mayoría de los estadounidenses, pero quién sabe). Me refiero al costo político que soportará el futuro gobierno venezolano si el retorno de la democracia liberal se debe a una intervención militar estadounidense sangrienta y prolongada. Es cierto que la invasión de Panamá por George H. W. Bush (Operación Causa Justa) en 1989, cuyo objetivo era capturar al dictador Manuel Antonio Noriega, un antiguo colaborador de la CIA acusado narcotráfico en Estados Unidos, fue exitosa. Aun así, muchas de las otras decenas de intervenciones militares desde 1898 no lo fueron. Dejaron tras de sí un rastro de resentimiento, demagogia, inestabilidad y, en última instancia, dictaduras bajo el pretexto del antiimperialismo. De hecho, el popio chavismo surgió como una fuerza política antiimperialista en Venezuela a finales del siglo XX.

Las intervenciones militares estadounidenses en otras partes del mundo también causaron tantos, si no más, problemas de los que resolvieron, incluida Libia, donde la caída de Gadafi, ese monstruo, fue seguida por una guerra civil, un efecto desestabilizador en gran parte de África y una crisis migratoria que perdura hasta el día de hoy.

La mejor solución para Venezuela sería que aquellos miembros del régimen que no son directamente responsables de los numerosos crímenes cometidos bajo la bandera del socialismo del siglo XXI tomaran medidas antes de que Trump, incapaz de persuadir a Maduro, se viera obligado a cumplir sus amenazas para no perder credibilidad. Venezuela cuenta con fuertes líderes opositores, como María Corina Machado, la reciente ganadora del Premio Nobel de la Paz, y Edmundo González, que ganó las elecciones presidenciales el año pasado y ahora se encuentra exiliado en Madrid. Estos líderes experimentados tienen una base social sólida y una legitimidad política significativa. Pueden iniciar un proceso de transición mediante conversaciones directas con cualquier líder chavista que aún conserve algo de sentido común, lo que en última instancia conduciría a elecciones libres y justas.

Esos hipotéticos chavistas tienen ahora, justo frente a las costas de su país, el tipo de protección que antes les faltaba, si es que la falta de valor era realmente la razón principal por la cual hasta ahora no habían logrado derrocar a Maduro y poner fin a la tortura diaria en que se ha convertido el régimen chavista para millones de venezolanos.

Traducido por Gabriel Gasave

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