Una amarga forma de llegar a ser legal

La Opinión, Los Angeles

El último recuerdo del accidente en que murieron cinco indocumentados y ocho quedaron lisiados de por vida es para Alejandro Miguel Rafael sólo una maraña de tubos rodeándole el cuerpo.

"Y cuando desperté me dijeron que nunca iba a poder moverme", dice pensativo este joven mexicano.

Su memoria lo traicionó. No recuerda nada más detalles de ese agosto de 2005 en el que 20 indocumentados salieron volando cuando el coyote perdió el control del automóvil que los transportaba.

Lo que sí tiene muy presente, es que la vida le jugó un trueque funesto: su salud y la vida de su madre a cambio de obtener la legalidad en Estados Unidos.

Tras el accidente, el Consulado de México en San Bernardino intervino para que obtuviera un amparo y no le deportaran. Era un menor de edad, apenas 15 años y de por vida estaría confinado a una silla de ruedas.

Con una visa humanitaria su madre llegó a su lado, sin embargo meses más tarde en el hospital donde Alejandro yacía, a ella le diagnosticaron cáncer.

"No se despegó de mí hasta que se enfermó. Yo no podía hablar ni moverme pero le pedía a Dios que mejor me llevara porque no quería ver a mi mamá sufrir así. Ella se fue a México para buscar remedios. Quería curarse para poder cuidarme, pero ya nunca regresó", cuenta.

Alejandro quedó huérfano, lisiado y su custodia estaba ahora en manos de Estados Unidos.

Amparado por la Ley de Estatus Especial para Jóvenes Inmigrantes, que incluye a todos estos dependientes de la justicia federal, el 1 de diciembre Alejandro recibió su tarjeta de residencia permanente. Curiosamente, ese nunca había sido parte de su "sueño americano".