Superficialidad en Honduras

 

La concatenación de los hecho es, más o menos, como sigue: el miércoles de la semana pasada el entorno del caído presidente hondureño, Mel Zelaya, proclamaba a los cuatro vientos que el acuerdo con el presidente Roberto Micheletti y su Gobierno estaba al caer. Un 95 por ciento de las diferencias habrían sido salvadas.

Pero como cualquiera hubiera podido prever, doce días después Zelaya -entre la indiferencia de sus compatriotas- sólo aparece en televisión para quejarse del ruido que le hacen los militares que cercan la embajada brasileña donde está refugiado. Y el Gobierno de Honduras rechazaba el viernes todo ultimato de Zelaya, que parece no entender que el poder no lo tiene él. Ni para dar ultimatos ni para exigir nada.

 

Este embrollo ha sido mal jugado por la diplomacia hondureña. Cualquier lector que haya seguido el caso superficialmente nos dirá que el golpista es Micheletti y la víctima Zelaya. La realidad es exactamente la opuesta. El que violó la constitución hondureña y fue apartado del poder en cumplimiento de la misma, en decisión respaldada por el Congreso y el Tribunal Supremo, fue Zelaya. Y Micheletti no es más que un presidente interino por un periodo de cinco meses, que intenta llevar Honduras hasta las elecciones presidenciales del 29 de noviembre. ¡Imagínense que en la historia de Hispanoamérica hubiera habido muchos golpistas con ideas como las que tiene éste!

 

Pero Zelaya y los suyos dicen que no reconocerán al presidente que elijan los hondureños si el día de la elección no es presidente el propio Zelaya, el hombre apartado del poder por querer violar las condiciones constitucionales en que han de celebrarse esas elecciones. Y el Gobierno español, siguiendo a Hugo Chávez, le apoya. Cuesta escribir este artículo sabiendo dónde está la razón y temiendo que cualquier día puedo escribir otro titulado «Chávez vence en Honduras». Veremos.