Diez años de la crisis de 2001 en Argentina

El Imparcial, Madrid

Acaba de cumplirse el décimo aniversario de una de las peores crisis (la peor, sin duda, medida en términos económicos) que atravesó la Argentina en toda su historia. Las imágenes de ese diciembre aciago todavía perviven en la memoria colectiva con una claridad que el tiempo transcurrido desde entonces no consiguió eclipsar.

Una treintena de muertos, saqueos de tiendas y supermercados instigados, según se presume, por algún sector político, corrida bancaria, cacerolazos en las calles como respuesta al “corralito” impuesto a los depósitos y plazos fijos, el riesgo país por las nubes… Las consecuencias son conocidas: renuncia del presidente Fernando De la Rúa que debió abandonar la Casa de Gobierno en un helicóptero, tres presidencias episódicas (Ramón Puerta, Adolfo Rodríguez Saá y Eduardo Camaño), declaración del default, confiscación de los ahorros en dólares, miles de amparos judiciales presentados, descrédito generalizado de la clase dirigente que el slogan “que se vayan todos” vino elocuentemente a sintetizar…

¿Quedamos para siempre inmunizados? La experiencia enseña que la sociedad argentina no ha sido por lo común muy dada a aprender de sus propios errores, especialmente a la hora de impedir la depreciación de su moneda o el sostenimiento de sus instituciones. El “modelo” que el segundo mandato de Cristina Kirchner viene precisamente a “profundizar” está pensado aparentemente para preservarnos de toda posible regresión. Sin embargo, no faltan razones para expresar cierta desconfianza. Como escribió días pasados el economista Lucas Llach, tendemos a descansar ciegamente en soluciones que, como la convertibilidad, ofrecen “una vía rápida para el progreso”. Así, al 1 a 1 le siguió en los hechos el 3 a 1. “Ahora que la inflación terminó de evaporar esa otra fantasía, parecemos dispuestos a ensayar otro atajo, el de la sustitución de importaciones. La historia podría advertirnos con bastante contundencia si se trata o no de una nueva fantasía.”