Los 92.000 documentos clasificados del gobierno de los EE.UU. filtrados a WikiLeaks.org no revelaron muchas verdades impactantes novedosas sobre el pantano militar estadounidense en Afganistán. Los hechos sobre el terreno han sido bien conocidos públicamente desde hace largo tiempo—que los adversarios talibanes se están fortaleciendo y son asistidos por un falso aliado (Pakistán) a quien los Estados Unidos están vertiendo miles de millones de dólares, que el gobierno afgano es corrupto, y que los EE.UU. han matado a civiles.

La administración Obama está tratando de salir de este grave problema de relaciones públicas afirmando que el período que abarcan los documentos, de 2004 hasta diciembre de 2009, tuvo lugar mayormente durante la administración Bush y antes de un incremento de tropas y un cambio hacia una estrategia de contrainsurgencia por parte de la administración entrante. Sin embargo, sólo uno de los resultados que los documentos mencionaban ha cambiado desde entonces—los Estados Unidos han tratado de reducir el número de víctimas civiles a fin de ganar los “corazones y mentes” del pueblo afgano.

No obstante, la guerra se encuentra aún en un estado lamentable, y, después de casi nueve años de ocupación estadounidense, incluso una reducción de las bajas civiles es probable que no haga más populares a los Estados Unidos en Afganistán. Uno de los principales problemas con la guerra de contrainsurgencia—y una de las principales razones por las cuales las tácticas guerrilleras son la forma más exitosa de guerra en la historia humana—es que las poblaciones locales rara vez conceden a los ocupantes extranjeros, incluso a los relativamente benévolos, el beneficio de la duda. (Recuérdese que las fuerzas británicas en las colonias americanas—a las que el gobierno británico permitió que fuesen juzgadas en un tribunal colonial por defenderse contra el ataque de una turba colonial durante la “Masacre de Boston”—aún eran profundamente odiadas).

Además, en Afganistán, es menos probable que los Estados Unidos sean capaces de convertir a una porción significativa de una más celosa oposición, como lo hizo en Irak, mediante el pago a parte de ella para que cambie de bando. (En Irak, esta estrategia no fue una mala jugada a corto plazo para reducir la violencia, pero no ha resuelto el problema a largo plazo de que regrese la matanza a gran escala debido a las profundas rivalidades etno-sectarias dentro de ese país; uno dinámica similar a largo plazo podría afligir al étnicamente diverso Afganistán).

Aunque la mayor parte de los talibanes no pueden ser conquistados con dinero, podrían ser seducidos a alcanzar un acuerdo que les permita gobernar el pastún de su terruño en el sur de Afganistán. Para alcanzar este resultado, los Estados Unidos tendrían que renunciar a su intento de fortalecer al históricamente débil gobierno central afgano, permitir la reanudación de un gobierno descentralizado más tradicional, y retirar totalmente a sus fuerzas del país.

¿Pero no implicaría esto permitir a los talibanes refugiar nuevamente a Osama bin Laden y al-Qaeda? Eso supondría que Bin Laden emprendería la riesgosa acción de trasladarse desde su refugio perfectamente seguro en Pakistán a un nuevo hogar en el sur de Afganistán. Este movimiento le haría correr el riesgo de ser muerto o capturado al abandonar la choza. También supondría que los talibanes—que sólo tienen el objetivo de recuperar el poder local en lugar de librar una yihad global—no han aprendido del peligro de dar refugio a bin Laden y al-Qaeda. En las áreas controladas por los talibanes en Afganistán, existe poca evidencia de que el grupo esté protegiendo a al Qaeda. Incluso si los talibanes no aprendieron de su expulsión después del 11 de septiembre de 2001 y cobijasen nuevamente a al-Qaeda en un Afganistán post-Estados Unidos, los estadounidense cuentan con muchos aliados locales y regionales que ayudarían a los EE.UU. en la contención de los talibanes y al Qaeda. Otros grupos afganos que rivalizan con los talibanes—por ejemplo, los uzbekos y tayikos—son más fuertes ahora que hace una década y tienen incentivos para mantener a raya a los talibanes. Finalmente, las potencias regionales, como India, Irán y los Estados de Asia Central, tienen interés en ayudar a los grupos locales y tomar sus propias medidas para limitar las actividades y avances de los talibanes y al-Qaeda en la región.

Incluso si todos estos actores locales y regionales fallan en contener el futuro apoyo de los talibanes a al-Qaeda, los Estados Unidos, desde el 11/09/2001, han perfeccionado el lanzamiento de misiles con aviones no tripulados. Ellos pueden ser empleados para atacar a distancia los escondites, santuarios y campos de entrenamiento de al-Qaeda—tal como están siendo utilizados con eficacia actualmente en contra de estos objetivos de al-Qaeda en Pakistán.

Por lo tanto, lo único que revelan los documentos de Wikileaks es cuan persistente continua siendo la fiebre de la guerra y la edificación de una nación post-11/09 entre la élite de la política exterior estadounidense— incluso frente a los deprimentes resultados sobre el terreno durante casi una década y a una opinión pública mayoritaria en los Estados Unidos que considera que no vale la pena librar esta guerra. Tener un ejército de voluntarios en vez de uno de conscriptos reduce el costo de la guerra para el público estadounidense en el país, y de esa forma ha dado a los responsables de la política de los EE.UU. un poco más de tiempo para silbar con nerviosismo en el cementerio de los imperios. Pero al aumentar la presión política interna contra la guerra, los documentos de Wikileaks pueden estar acortando la inevitable marcha hacia el día del juicio.

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.