Una de las molestias más consistentes de vivir en Atlanta es el tráfico. El Texas Transportation Institute acaba de publicar su Informe sobre Mobilidad Urbana correspondiente a este año, y el tráfico del área se ubica entre los peores del país, peor que el de la Ciudad de Nueva York, Chicago y Miami.
Miles de millones de dólares han sido gastados durante varias décadas en subsidios al tránsito, consultores, estudios, carriles especiales para vehículos de pasajeros con alta ocupación, nuevas tecnologías y otras ansiadas panaceas, pero la congestión, las demoras y la violencia vehicular no evidencia signo alguno de abatimiento.
Nuestros actuales sistemas carreteros son como reliquias de la desaparecida y no lamentada Unión Soviética: empresas socialistas dirigidas por planificadores bien intencionados. Los ciudadanos de Moscú lograron superar las filas para conseguir alimentos al adoptar el capitalismo. La economía de mercado podría liberar de manera similar a los usuarios de caminos de la congestión excesiva.
Sí el sistema de precios es aplicado al escaso recurso del espacio carretero, y se permite que los ingresos estimulen la inversión en carriles adicionales o nuevas tecnologías para acelerar el tráfico los cuellos de botella y la congestión del pasado podría ser reducida.
Esto ha estado aconteciendo desde 1995 en partes de los carriles rápidos de la carretera estadual 91 de California, en la cual los cobros varían de entre $1,20 a $9,50.
Desafortunadamente, algunos funcionarios gubernamentales y activistas medio ambientales abrazan el establecimiento de precios a las carreteras solamente a fin de restringir la demanda por el uso de los caminos, no para incrementar la capacidad de los mismos. El alcalde de Londres Ken Livingstone, por ejemplo, introdujo el establecimiento de precios a la congestión en Londres en 2003, pero los ingresos excedentes están siendo gastados en el transporte público.
Pero así como la gente sensible no le permite a los alcohólicos operar una licorería, la insaciable sed de los gobiernos por dinero debería excluirlos de involucrarse con los fondos atinentes a la utilización de los caminos. Los gastos gubernamentales están restringidos en virtud de las cargas crecientes de los programas sociales y los siderales gastos en materia de defensa. Como resultado de ello, las mejoras necesarias son demoradas, produciendo la clase de desastre que acabamos de atestiguar en Minnesota con el colapso del puente I-35.
Pero bajo un financiamiento privado y basado en el mercado, los gastos se limitarían solamente a las sumas que los usuarios de caminos están preparados a abonar por mejores caminos, no por la política.
Los precios de mercado han sido criticados por favorecer a los ricos, pero los el sistema de precios favorece a todo el mundo. Los carriles rápidos de la SR 91 de California son utilizados y favorecidos por grupos de todos los ingresos, en la medida que permiten a los ricos y pobres por igual cumplir con plazos urgentes, tales como llegar a tiempo al trabajo o recoger a un niño de una guardería.
¿Cuánto peor debe tornarse el tráfico antes de que abandonemos nuestra aproximación al estilo soviético al transporte por carretera y permitamos a los usuarios de caminos obtener las carreteras que están dispuestos a pagar?
Traducido por Gabriel Gasave
Gabriel Roth es consultor en materia de transporte y privatizaciones e Investigador Asociado en The Independent Institute, donde se encuentra dirtigiendo un libro sobre los roles del sector privado en la provisión de carreteras.