A pesar de que a George W. Bush le gusta comparar a su presidencia con la de Ronald Reagan, es a la de Lyndon Baines Jonson a la que la misma más se asemeja. Algunos conservadores y liberales por igual podrían horrorizarse por la comparación, pero es a eso a lo que conducen los hechos.

No obstante que los esfuerzos de Ronald Reagan por reducir el tamaño del gobierno fueron mayormente retóricos, su filosofía era la del conservadurismo de un gobierno pequeño. Ciertamente, los déficits que Reagan acumuló al recortar los impuestos en mayor medida que el gasto y la filtración de su filosofía en la opinión pública probablemente jugaron al menos algún papel en la reducción del crecimiento del gasto federal durante la presidencia de Clinton.

En contraste, tanto George W. Bush como LBJ llevaron a cabo presidencias de “cañones y manteca”—es decir, que su especialidad era la de gastar el dinero de los demás. Pese a que Bush afirma ser un “conservador,” la tasa de crecimiento del gasto interno (sin incluir los relacionados con la defensa) bajo su vigilancia se ha incrementado más que bajo cualquier presidente reciente a excepción de LBJ. Y esa no es ninguna coincidencia. A través de la historia estadounidense, la guerra es la causa más prominente de la expansión del gobierno dentro del país. Los tres presidentes recientes con largas guerras durante sus mandatos—LBJ, Nixon, y George W. Bush—tuvieron también tasas de crecimiento para el gasto interno más altas que los presidentes sin guerras prolongadas durante su tiempo en el cargo—por ejemplo, Carter, Reagan, y Clinton. En el caso tanto de LBJ como de Bush, las paladas de dinero en sus respectivas aventuras militares eventualmente “apabullaron” su parranda de gasto interno y obligaron al menos a alguna reducción financiera en esos programas.

En los años 60, LBJ y sus consejeros tenían poco conocimiento respecto de qué resolvería en verdad el problema de la pobreza. Su estrategia en la “Guerra contra la Pobreza” federal fue meramente la de arrogarle dinero al problema. No sabía cuáles programas funcionarían y cuáles no. Pero LBJ, el sazonado operador político, sabía que sería difícil eliminar incluso a los programas ineficaces una vez que estuviesen establecidos. Los grupos de interés lucharían contra el cese del financiamiento. Por lo tanto se percataron de que los programas no exitosos podían ser “ajustados.” Sin embargo LBJ no predijo que la totalidad de la “Guerra contra la Pobreza” fracasaría, llevando a un masivo desperdicio de los dólares de los contribuyentes y a una permanente clase marginal dependiente de la asistencia federal.

De manera similar, Bush ha tratado de enmendar al quebrado sistema escolar público, incrementando el financiamiento y la intervención federal en lo que ha sido tradicionalmente un área de política dominada localmente. (Interesantemente, LBJ fue el primer presidente en superar décadas de resistencia parlamentaria a la asistencia federal general para la educación, estableciendo así el precedente para los esfuerzos de Bush). Como la “guerra contra la Pobreza” de LBJ, el intento de Bush para curar un problema sistémico al simplemente proveer mayor dinero en efectivo federal, con compromisos, probablemente fracasará.

Pese a que la economía estadounidense se desempeñó bien durante el mandato de LBJ, sus políticas económicas resonarán lejos en el futuro. Por ejemplo, en los años 60, el gasto dispendioso de LBJ en los programas sociales de la fracasada Gran Sociedad y en la Guerra de Vietnam ayudaron a causar la era de inflación con estancamiento de los 70. Similarmente, a pesar de que la economía se está comportando bien en la actualidad, el conservadurismo del gobierno grande de Bush tendrá probablemente efectos futuros negativos que no son evidentes en el presente.

La mayor semejanza entre las dos administraciones, sin embargo, puede ser la de sus decepciones respecto de la necesidad de conducir guerras en el exterior, las que más tarde resultaron ser pesadillas. En 1964, LBJ utilizó un supuesto ataque por parte de un bote patrulla norvietnamita contra un destructor estadounidense fuera de la costa de Vietnam para hacer avanzar en el Congreso a la resolución de final abierto del Golfo de Tonkin . La resolución le permitía una gran flexibilidad para conducir las operaciones militares contra Vietnam del Norte. No obstante, cometió un error fatal al realizar una paulatina y secreta escalada de la guerra sin obtener el apoyo parlamentario ni del público para una participación estadounidense creciente. Así, a medida que la guerra se arrastraba hacia un atascamiento involucrando a más de medio millón de tropas de combate estadounidenses, el público en los EE.UU. comenzó a restarle su apoyo. Si bien LBJ tuvo momentos de candor táctico a medida que el apoyo popular para la guerra menguaba, su fracaso en permitir un debate informado sobre la escalada antes de que la misma se tornara difícil, eventualmente echó a perder el esfuerzo bélico. Además, bajo la aquiescencia de LBJ, los militares estadounidenses, empleando tácticas de mano dura y de masivo poder de fuego como sustituto de una estrategia de contrainsurgencia más sofisticada, volvió también impopular a la guerra estadounidense dentro de Vietnam—erosionando aún más la posibilidad de éxito.

Del mismo modo, Bush exageró la amenaza que Saddam Hussein planteaba a fin de obtener el apoyo inicial del público y del parlamento para invadir Irak. Pero cuando no fueron halladas armas de destrucción masiva algunas tras la invasión y las victimas estadounidenses subían a medida que una guerra de guerrillas avanzaba, el apoyo del público para el esfuerzo se erosionó internamente. Recientemente, en un esfuerzo probablemente en vano para cambiar a la opinión pública en el largo plazo acerca del conflicto, Bush ha admitido de mala gana que se cometieron errores pero ha prometido la victoria final si el público es paciente. Increíblemente, en una repetición de Vietnam, los militares estadounidenses, bajo la tácita aceptación de Bush, volvieron impopular a la ocupación de los Estados Unidos en Irak mediante el empleo de grandes unidades convencionales y fuerte poder de fuego para destruir a las ciudades iraquíes a efectos de salvarlas. La pérdida del apoyó tanto del público estadounidense como del país ocupado disminuye dramáticamente la posibilidad de que alguna contrainsurgencia tenga éxito.

Las contrainsurgencias en el exterior son difíciles de llevar adelante incluso cuando los líderes son honestos acerca de las metas y costos de la guerra, pero son incluso más peligrosas en una democracia cuando los líderes engañan a sus públicos y a sus legislaturas. Si algo sale mal—como inevitablemente sucede—los líderes quedan en un limbo muy frágil.

Las guerras extranjeras son a menudo los eventos que marcan el mandato un presidente. Vietnam se apoderó de la presidencia de LBJ, tal como lo ha hecho Irak con la de Bush. Vietnam destruyó a la presidencia de “cañones y manteca” de LBJ, e Irak probablemente destruirá a la contraparte del siglo 21 de Bush.

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.