Al procurar hallar una justificación retórica para invadir a una nación soberana como lo era Irak, el Presidente George W. Bush trastabilló a través de la puerta trasera con la justificación de “difundir la democracia.” Sin embargo esta retórica—la que es al mismo tiempo tanto idealista como oportunista—está conduciendo a políticas que son trascendentales y que tienen consecuencias contraproducentes a escala mundial.

Cuando ningún arma de destrucción masiva fue encontrada en Irak y tanto la comisión del 11/09 como otros descartaron cualquier conexión operacional entre Saddam Hussein y al Qaeda, una desesperada administración Bush se aferró a la justificación para la guerra de “volver democráticos a Irak y al Medio Oriente.” La idea era la de que un Irak recientemente libre ejercería presión sobre las autocracias vecinas, tales como las de Irán, Siria y Arabia Saudita, para liberalizar a sus gobiernos.

Entonces, a fin de encubrir la circunstancia de que dicha retórica de “salvemos a Irak y al Medio Oriente” era meramente un escaparate para emplear como la justificación última para la guerra, el presidente, en su segundo discurso inaugural, subió una vez más la apuesta. Para pretender que la precipitada invasión de Irak fue todo el tiempo parte de un plan más grande, habló de difundir la democracia alrededor del mundo.

El mundo no ha visto a un presidente estadounidense “bien intencionado” con un plan tan grandioso, desde la campaña pública de Jimmy Carter en favor de los derechos humanos en el mundo. ¿Y quién dijo que solamente los demócratas tontos y susceptibles son ingenuos?

Aparecen diversos problemas al enarbolar la defensa de los derechos humanos como bandera. El primero es que la circunstancia de simplemente poder emitir un voto, no implica que un país sea eventualmente libre. Incluso los nazis en Alemania asumieron inicialmente el poder mediante una elección democrática. En el caso de Irak, estamos muy lejos de tener una república genuina que salvaguarde los derechos humanos de las minorías.

El segundo problema, al cual Carter experimentara agudamente, es el de que el hecho de condenar de manera retórica y pública a los países respecto de sus políticas sobre derechos humanos o de sus sistemas internos de gobierno, por lo general lleva a una respuesta vitriólica. Por ejemplo, cuanto más Carter (y otros presidentes) presionaban a China para que mejorase sus condiciones en materia de derechos humanos, más el gobierno chino tomaba medidas enérgicas contra la disidencia. Otros gobiernos sienten que el gobierno estadounidense debiera preocuparse de los problemas dentro de sus fronteras en vez de inmiscuirse en sus asuntos.

De una manera carterezca, el Presidente Bush exigió recientemente que Rusia “debe renovar su compromiso con la democracia y el estado de derecho.” Además expuso: “Debemos siempre recordarle a Rusia ...que nuestra alianza defiende una prensa libre, una oposición vital, la coparticipación del poder y el estado de derecho—y que los Estados Unidos y todos los países europeos deberían colocar a la reforma democrática en el corazón de su dialogo con Rusia.” Ciertamente Rusia ha visto una erosión de su libertad mediante la reasunción del control gubernamental de los medios, de una re-centralización del poder hacia el Kremlin desde el interior de Rusia, la confiscación estatal de las empresas privadas, y el arresto político de prominentes empresarios que eran críticos del régimen de Putin. La Freedom House, una organización que evalúa a los países respecto de cuán libres son, movió recientemente a Rusia hacia la categoría de “no libre.” Pero la cuestión importante es la de cómo los Estados Unidos deberían lidiar con esas realidades.

A pesar de que la presidencia de Jimmy Carter ha sido excesivamente criticada, él descubrió que el regañar públicamente a los países respecto de sus políticas sobre derechos humanos tenía un efecto contraproducente. Muchas veces los países, de manera notable China, reaccionan contra sus disidentes tan solo a efectos de demostrar que ellos no se humillan ante los deseos de los EE.UU.. De manera similar, la presión de la administración Bush sobre Rusia acerca de sus erosionadas libertades ha erizado los pelos en la espalda de Yuri Ushakov, el embajador ruso en los Estados Unidos. Esta reacción podría perfectamente transformarse en un gobierno ruso que apretase “en su cara” las riendas sobre su sociedad civil.

Así, en gran medida como Carter descubriera que la grandiosa retórica pública estadounidense sobre los derechos humanos y la democracia, puede en verdad perjudicar a la gente común en el país elegido como blanco, el Presidente Bush está encaminado a reaprender la misma lección de una cruenta manera.

En lugar de ello, el presidente podría ser más eficaz si le hiciera saber en privado a los regímenes autocráticos que los Estados Unidos están observando su comportamiento con relación a los disidentes, a los derechos humanos, y a las practicas democráticas.

Más importante aún, el gobierno estadounidense puede asegurar que la libertad florezca dentro de sus propias fronteras de modo tal que los Estados Unidos pudiesen liderar con el ejemplo. Los escándalos de las torturas en las prisiones post el 11/09 y la sanción de la draconiana Ley Patriota de los EE.UU., la cual tomó medidas drásticas sobre las libertades civiles, han mancillado esa imagen. El terminar con la tortura como una política estadounidense y la derogación de la Ley Patriota implicaría un largo camino hacia la restauración de la imagen estadounidense como un faro de la libertad.

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.