Un beligerante autocrático depuesto, resta el otro

15 de diciembre, 2003

La escena humillante, transmitida al mundo, de un mugriento Saddam Hussein al que un médico militar de los EE.UU. le revisada la boca, es una prueba viviente de que el vergonzante, y alguna vez apoyado por los EE.UU., déspota iraquí ha sido finalmente depuesto. Pero si ese destino es ahora el de todos los líderes destronados y belicosos con tendencias autocráticas, tal vez el Presidente Bush debiese poner su propia casa dental en orden por si acaso pierde las elecciones en noviembre de 2004.

Por supuesto, sería injusto comparar la magnitud de la belicosidad y las violaciones a los derechos humanos de Saddam con aquellas del Presidente Bush. Después de todo, Saddam Hussein fue a la guerra con dos países–Irán y Kuwait–sin provocación; hasta ahora, el Presidente Bush ha innecesariamente invadido tan sólo a una nación–Irak–sin ser atacado primero o genuinamente amenazado. Además, Saddam asesinó a miles miembros de su propio pueblo (a algunos con químicos que le fueran vendidos con la aprobación de los EE.UU. y de otros gobiernos occidentales); el Presidente Bush solamente hizo que sus agencias encargadas del cumplimiento de la ley intimidasen e interrogaran a miles de árabes y musulmanes inocentes en base exclusivamente a su etnia o religión y detuviesen y maltratasen a miles de similares inmigrantes de manera indefinida y sin cargos ni acceso a un abogado. Saddam solía censurar a los medios para justificar o esconder tales abominables violaciones a los derechos humanos; el Presidente Bush meramente reposa sobre una maquinaria de propaganda de la Casa Blanca y unos intimidados y complacientes cuerpos de prensa estadounidenses post 11 de septiembre para positivamente lanzar sus violaciones a los principios fundadores de los Estados Unidos–el debido proceso adecuado y la idéntica protección ante la ley. En la guerra, nos volvemos un poquito más como nuestros enemigos.

Pero al igual que Saddam, el Presidente Bush puede en última instancia encontrar que su destino político depende de extraerse de un hoyo de su propia autoría. La mayoría de los expertos en contrainsurgencia esperan que la captura de Saddam no terminará con los ataques anti-estadounidenses en Irak. Después de todo, muchas de los individuos que combaten a las fuerzas de los EE.UU. y a sus colaboradores iraquíes no lo están haciendo por amor al ex líder iraquí. Son los nacionalistas que se oponen a una ocupación extranjera de su país, la minoría sunita quienes temen la dominación por parte de la mayoría shiíta y la pérdida de su estatus privilegiado en la sociedad iraquí, y los combatientes islámicos extranjeros quienes aborrecen la política estadounidense en el Oriente Medio. Cualquier insurgencia precisa del apoyo de al menos una parte de la población que no se encuentra satisfecha con el status quo. Y existe poca evidencia de que Saddam–a la carrera y sin medios de comunicación eficientes–estuviese dirigiendo a las descentralizadas células de la oposición que llevaban a cabo los ataques.

Más importante todavía, es el hecho de que la oposición iraquí sabe que sus ataques estaban ya afectando a la política de los EE.UU. en Irak. Después de todo, hay una elección en el camino, y la Casa Blanca debe detener las bolsas con cuerpos de estadounidenses que regresan de la continua “desgracia.” Los ataques han ya precipitado los planes estadounidenses, al menos nominalmente, para pasarles la administración de Irak a los iraquíes. Y la reciente y desesperada escalada de violencia del Ejército contra la oposición–políticamente, es difícil incrementar los números de tropas estadounidenses o extranjeras en Irak de modo significativo–volverá, probablemente, a más y más iraquíes hostiles hacia la ocupación de los EE.UU..

El pueblo iraquí podría estar encantado de ver que Saddam finalmente se fue, pero eso no significa que están felices con su ocupante extranjero. Por lo tanto, a pesar de la captura de Saddam y de los festejos callejeros, las perspectivas para la resistencia iraquí lucen poco prometedoras. De hecho, la causa de la guerrilla podría ser fortalecida en ultima instancia por la revelación estadounidense de la imagen humillante de Saddam y la circunstancia de que la resistencia no estará ya más asociada con su despotismo.

Otros desfiles victoriosos de la Administración Bush–la oportunidad en que una fotografía mostraba a un soldado colocando la bandera de los Estados Unidos sobre la estatua de Saddam después de que Bagdad fue capturada, la “misión cumplida” del presidente maniobrando sobre el portaaviones mientras declaraba el fin de las hostilidades y la desagradable imagen de la muerte de los hijos de Saddam–probaron ser prematuras. Muy probablemente, lo mismo ocurrirá con el triunfalismo sobre la captura de Saddam. Después de que la bandera se subiese a la estatua, la opinión pública iraquí respecto de la ocupación estadounidense rápidamente se agrió debido a los extendidos saqueos, al caos, a las filas para conseguir gasolina y a la falta de electricidad y de otros servicios. Continuos problemas de esa clase podrían convertir a las actuales celebraciones en una bronca renovada. Si la resistencia continúa y los soldados de los EE.UU. siguen muriendo, el Presidente Bush puede desear hacer una cita con el dentista para antes de las elecciones de noviembre de 2004–por las dudas que él, al igual que Saddam, sea depuesto y tenga que forzar una sonrisa ante las cámaras.

Traducido por Gabriel Gasave

  • es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.

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