Han surgido interrogantes en la campaña presidencial republicana—tal vez injustamente—sobre la pericia del gobernador de Tejas George W. Bush en política exterior. Sin embargo, un reciente discurso de Bush—en el cuál el gobernador convocó a desechar la “mentalidad de la Guerra Fría” de la política nuclear estadounidense—da lugar a nuevos y más legítimos cuestionamientos sobre su sentido común en asuntos externos. A pesar de su espléndida retórica, el candidato aboga por nuevas iniciativas que podrían innecesariamente iniciar una nueva Guerra Fría con Rusia.

Bush afirma que Rusia ya no es más un enemigo y que las principales amenazas para los Estados Unidos emanan de los estados truhanes y de los grupos terroristas que intentan obtener armas de destrucción masiva (WMD según sus siglas en inglés) y los medios para propagarlas. No obstante, la buena voluntad del candidato de abandonar el Tratado de Anti-Misiles Balísticos de 1972 con Rusia y de explorar la viabilidad de robustas defensas anti-misiles (incluyendo los sistemas basados en el espacio) deberían hacer dudar a los rusos del hecho de que no son vistos por él como la amenaza primaria. Bush desea asegurarles a los rusos que los Estados Unidos son una nación pacífica, pero que no eliminaría la construcción de una costosa defensa anti-misiles que podría minar aún más la eficacia del ya deteriorado arsenal nuclear ofensivo de Rusia. La declaración de Bush tiene la misma audacia que la política neo-Guerra Fría de la administración Clinton de ampliar la alianza militar de la OTAN rumbo al este en dirección a Rusia para después decirles a los rusos que deberían estar contentos respecto de la ampliación dado que la “estabilidad” en sus inmediaciones aumentará.

El presunto candidato republicano ha apoyado también reducciones significativas—quizás unilaterales—en las ojivas nucleares ofensivas, con la esperanza de que Rusia actúe recíprocamente reduciendo las suyas propias. Pero esas reducciones son inverosímiles si los Estados Unidos construyen una robusta defensa anti-misiles. En la visión rusa, tras cualquier primer ataque estadounidense, el limitado número de ojivas nucleares rusas sobrevivientes podría ser interceptado por las defensas integrales de los EE.UU.. De esta manera, los rusos estarían probablemente inclinados a mantener más ojivas nucleares para incrementar las oportunidades de penetrar las defensas estadounidenses.

Además, los recortes propuestos de Bush—unilaterales o de otra manera—no irían probablemente por debajo de las 2.000 a 2.500 ojivas nucleares—es decir el nivel que el Presidente Clinton y el ex-Presidente Yeltsin convinieron en el acuerdo marco de 1997 para dirigir las Negociaciones de Reducción de Armas Estratégicas III (START III según su sigla en inglés.) El candidato mantiene que las premisas de los objetivos nucleares durante la Guerra Fría no deberían gobernar el tamaño del arsenal de los EE.UU., pero también implica a su vez que él no reduciría el número de ojivas nucleares por debajo de lo que digan los planificadores militares que necesitan para apuntar a sus objetivos. Pero los Jefes del Estado Mayor Conjunto testificaron recientemente ante el Congreso que ellos no apoyarían recortar el arsenal por debajo de las 2.000 a las 2.500 ojivas nucleares. El actual anteproyecto del Pentágono para la guerra nuclear—el Plan de Operaciones Integrado Estándar—mantiene aproximadamente unas 2.260 cabezas nucleares en alerta para ser apuntadas hacia emplazamientos nucleares, militares convencionales, de defensa industrial, y de liderazgo en Rusia. Pero conservando suficientes ojivas nucleares para eliminar a esos blancos, los EE.UU. indican que su doctrina nuclear sigue estando dirigida a combatir y a ganar una guerra nuclear—una postura nuclear que es anticuada y peligrosa en un mundo post-Guerra Fría.

Bush también desearía reducir el alto grado de alerta de las fuerzas nucleares de los EE.UU. y espera medidas similares por parte de los rusos. Tales preparaciones para un lanzamiento rápido de misiles ante la advertencia de un ataque enemigo entrante incrementan el riesgo de un lanzamiento accidental o desautorizado—especialmente con el número decreciente de ojivas nucleares rusas supervivientes y la falta de confiabilidad del sistema de alerta temprana de Rusia. Pero tal eliminación recíproca de la alerta de los rusos es inverosímil si existe la posibilidad de que los Estados Unidos construirán robustas defensas anti-misiles. Con un número limitado de ojivas nucleares supervivientes, Rusia podría elegir lanzar los misiles ante la advertencia de un ataque, de modo tal que pudiese maximizar el número de ojivas nucleares que puedan penetrar el escudo protector de la defensa estadounidense.

Si los Estados Unidos simplemente se alejan del tratado ABM, la cólera de Rusia puede dar lugar a menos cooperación para salvaguardar su peligrosa reserva nuclear. Más importante aún, los rusos podrían simplemente venderles a los estados truhanes las sofisticadas contramedidas que podrían minar incluso defensas bastante robustas.

En un mundo post-Guerra Fría, abandonar el Tratado ABM y construir un ambicioso y costoso sistema NMD para defender a los adinerados aliados—quienes pueden solventar el defenderse a sí mismos—es malgastar los dólares de los contribuyentes.

Si Bush busca una salida radical de la pasada política nuclear estadounidense, debería apoyar la reducción del arsenal de los EE.UU. a 1.500 ojivas nucleares propuesta por Rusia a efectos de ganar el acuerdo ruso para que los Estados Unidos construyan defensas limitadas basadas en tierra. Rusia probablemente acordaría eventualmente renegociar el Tratado ABM para permitir el despliegue de un número limitado de interceptores que estarían claramente pensados como defensa contra pequeños ataques intencionales o accidentales por parte de los estados truhanes. Un sistema NMD más grande, simplemente no se encuentra justificado por la limitada amenaza planteada por los estados truhanes y volverá a Rusia—una nación con miles de ojivas nucleares en una alerta que pende de un hilo—muy nerviosa. Bush tiene razón al declarar que la Guerra Fría ha concluido, pero debe también trascenderla en sus propias prescripciones de política.

Traducido por Gabriel Gasave


Ivan Eland es Asociado Senior en el Independent Institute y Director del Centro Para la Paz y la Libertad del Instituto.